Pato Donald.
Uno es un hombre de negocios convertido en político al que le gusta revolver plumas. El otro es un pato antropomórfico cubierto de plumas. Pero ahí es donde terminan las diferencias, de verdad. Ambos tienen una inclinación por hacer declaraciones sin filtro, explosivas y, a menudo, vitriólicas sobre las personas que los rodean. Ambas son figuras públicas cuyas palabras son objeto de un intenso escrutinio. Y ambos suenan absolutamente absurdos cuando hablan. Estoy hablando de Donald Trump y Donald Duck, dos Donalds que comparten no solo un primer nombre, sino también un amor por la provocación. De hecho, los dos hablan de manera tan similar que sus palabras a menudo son indistinguibles.
Pato: “Entonces, imbécil, ¡te voy a golpear bien!”
Trump: “Ahora te voy a enseñar una lección de chico grande … ¡perro ingrato!”
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